domingo, 11 de enero de 2015

"La consigna (Je suis Charlie Hebdo) no nos identifica"

Declaración de la Comisión Interna de Infobae por el atentado contra Charlie Hebdo
La Comisión Interna de Infobae repudia la masacre perpetrada por un grupo de terroristas el pasado 7 de enero en París, en el que fueron asesinados ocho trabajadores de prensa del semanario satírico Charlie Hebdo, además de otras cuatro personas.
Estamos en contra de todo acto terrorista, ya sea cometido en nombre de cualquier religión, agrupación política o Estado, máxime si lo que pretende es cercenar voces e imponer una verdad que contraría la diversidad cultural e ideológica.
En las últimas horas, varias redacciones con buena fe han utilizado la frase “Je suis Charlie Hebdo” como forma de repudio al ataque y en solidaridad con los trabajadores de prensa asesinados. Si bien compartimos y nos sumamos a este posicionamiento, señalamos que la consigna no nos identifica. No la compartimos porque, en un contexto europeo de colonialismo, de ascenso de la xenofobia y de la desigualdad, creemos que la línea editorial del semanario francés flaco favor ha hecho para contrarrestar un clima de opinión autoritario que estigmatiza y ofende peligrosamente a credos religiosos, etnias, grupos extranjeros y minorías sociales.
Sostenemos que la libertad de expresión no es un derecho que opera en abstracto. En tiempos de confusión, apostamos por un periodismo que enfrente la opresión, sea guardián de las libertades democráticas, y se posicione en pos del bienestar de los pueblos y el respeto de las identidades de los individuos.
Hacemos también nuestro el llamado del plenario de delegados de Prensa Escrita, Radial y Televisiva a rechazar cualquier intento de aprovechamiento de este brutal atentado por parte de intereses imperialistas y xenófobos, respaldamos el esclarecimiento del crimen y exigimos el castigo de todos los culpables.

Reflexiones en la madrugada
Nuestra lucha siempre estuvo basada en la justicia y la libertad así que repudiamos estos crímenes ocurridos en Paris con los periodistas de la revista Charlie Hebdo. Este baño de sangre ocasionó el repudio de toda Europa y de varios países del resto del mundo. Esta mañana me preguntaba: ¿por qué ante la matanza de Estados Unidos en Irak, en Yugoslavia, de diferentes tribus, de miles de muertes en diferentes guerras en donde se asesinó a mansalva en nombre de la paz mientras se hacía la guerra, los países no condenaron esta actitud? Los jóvenes mexicanos fueron asesinados por la lucha por la libertad y exigir juicio y castigo a los ejecutores de la matanza de Tlatelolco. Los pronunciamientos sobre esto fueron pocos y tibios. Miles de palestinos son asesinados por las fuerzas armadas israelíes y nunca se vio un repudio mundial ante esa masacre. Los palestinos luchan por vivir en libertad ya que son obligados a vivir como refugiados en su propia tierra.
Cuando comenzó la masacre latinoamericana, ésta llegó rápidamente a nuestra patria, en donde 30.000 hombres y mujeres fueron torturados salvajemente, entre ellas tres de nuestras queridas Madres. Francia y Estados Unidos, que hoy se alarman y están pensando en la pena de muerte, colaboraron con hombres de sus Fuerzas Armadas para preparar a los militares argentinos en todas las prácticas de torturas, mutilaciones; enterraron vivos a personas, secuestraron niños y montaron más de 500 campos de concentración. ¿Qué pasaba que casi nadie hablaba de esto? Recién cuando las Madres salimos a gritarle al mundo nuestra lucha y nuestra tragedia, nos escucharon y fuimos apoyadas por algunos pueblos europeos. Cada vez me queda más claro cómo se divide el mundo. Estados Unidos, con sus guerras y sus fondos buitres hambreando a los pueblos. La Francia colonialista que dejó a miles de pequeños países en la ruina no tiene autoridad moral para hablar de terrorismo criminal y si no, que le pregunten a los argelinos, a los haitianos y a decenas de sus colonias.
Hebe de Bonafini, Presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo

Je suis Charlie (sin peros)
Por: Bruno Bimbi
Este es, sobre todo, un post contra los peros.
Porque, en los últimos días, hubo muchos. Peros para no repudiar los asesinatos a sangre fría cometidos en la redacción de la revista Charlie Hebdo, en París. Peros para justificar y disculpar. Peros para culpar y difamar a las víctimas. Peros para no hablar del papel de la religión y el fanatismo. Peros para acomodar los hechos a los alineamientos políticos de cada uno en el tablero del planeta. Peros para ser políticamente correcto.
Peros que se olvidaron de lo más importante: los muertos.
Mientras cientos de miles de personas se movilizaban en diferentes ciudades contra el terrorismo y en solidaridad con las víctimas del atentado de París, bajo la consigna “Je suis Charlie” (Yo soy Charlie), mucha gente progre y de izquierda compartía en sus perfiles de Facebook un artículo de José Antonio Gutiérrez titulado “Je ne suis pas Charlie” (Yo no soy Charlie), que había sido publicado por el semanario Voz, ligado al Partido Comunista Colombiano. Luego de haber sido compartido por miles de personas en todo el mundo, el semanario lo borró de su página y publicó un editorial con el título “También somos Charlie Hebdo”, rectificándose sin hacerlo, ya que no mencionó más ni se disculpó por el texto anterior. Sin embargo, aún puede encontrarse en otras páginas y blogs, comoAnarkismo.net, una de las fuentes por las que muchos lo siguen divulgando.
El artículo de Gutiérrez hace todo tipo de acusaciones contra la revista e insinúa, en otras palabras, que la violaron porque se vestía como una puta. En vez de repudiar el atentado, repudia a las víctimas. Acusa a Charlie Hebdo y sus humoristas de racistas, islamofóbicos y “colonialistas”, dice que la revista estaba “cargada de estereotipos y de odio” y que sus chistes eran una “constante agresión simbólica [contra los musulmanes] que tiene como contrapartida una agresión física y real, mediante los bombardeos y ocupaciones militares”. La conspiranoia no tiene límites: el “propósito implícito” de los humoristas, asegura Gutiérrez, era “justificar las invasiones a países del Oriente Medio, así como las múltiples intervenciones y bombardeos que desde Occidente se orquestan en la defensa del nuevo reparto imperial”.
Occidente malo, franchutes imperialistas, revista cipaya, ¡ustedes se lo buscaron!
Pero, al contrario de lo que muchos apresurados están diciendo sin informarse, Charlie Hebdo es una publicación de izquierda cuyos orígenes se remontan al Mayo Francés, que hizo campaña contra Marine Le Pen y contra Sarkozy y enfrentó en sus portadas los discursos racistas y xenófobos de la ultraderecha europea. Es más: el director de la revista, Charb, muerto en el atentado, era un militante que colaboró con campañas del Partido Comunista y del Front de gauche, se oponía a la guerra, dibujaba para movimientos contra el racismo y la discriminación, ridiculizaba en sus caricaturas a los opositores al matrimonio igualitario y a los políticos antiinmigración y hasta ilustró un libro (muy bueno, dicho sea de paso) sobre Marx del filósofo trotskista Daniel Bensaïd.
No es casualidad que el primer político francés que coincidió con los progres anti-Charlie haya sido el patriarca fascista Jean-Marie Le Pen, que rápidamente declaró: “Je ne suis pas Charlie”. “Me siento conmovido por la muerte de doce compatriotas franceses, pero no, yo no voy a luchar para defender el espíritu de Charlie, que es un espíritu anarco-trotskista que va contra la moral política”, dijo el padre de Marine Le Pen, actual líder del ultraderechista Frente Nacional. Marine ya está aprovechándose del atentado para reforzar su discurso xenófobo, pidiendo el cierre de fronteras (aunque, según las informaciones oficiales, los terroristas eran franceses) y la reinstauración de la pena de muerte. Pero las víctimas del atentado no estarían de acuerdo con ella y siempre combatieron sus ideas. “El Frente Nacional y el fascismo islámico son harina del mismo saco y contra ellos no economizamos nuestro arte”, había dicho Charb, un antifascista convicto. Por eso Le Pen, excandidato presidencial derrotado en el ballotage de 2002 que unió la derecha y la izquierda democráticas en su contra, dejó en claro que él no es Charlie. Claro que no. Esos zurditos siempre lo criticaban y hasta dibujaron un afiche falso de campaña de su partido ilustrado con un enorme sorete humeante. No lo querían, ni él a ellos. Seamos sinceros.
Pero, a pesar de Le Pen, los justificadores insisten: algo habrán hecho (o, como dijo Osvaldo Bazán, “algo habrán dibujado”). Y acusan a los humoristas asesinados de islamofobia. Pero no es verdad que Charlie Hebdo se burlase únicamente del Islam y los musulmanes, como se ha dicho. Hacían (y ojalá los sobrevivientes de la redacción puedan seguir haciendo) un humor sin censura, políticamente incorrecto (como debe ser el humor) e iconoclasta. Sobre todo iconoclasta. Basta revisar la colección de tapas de la revista para entender que si las caricaturas de Mahoma y los dibujos que ridiculizaban a los fundamentalistas islámicos son lo único que buena parte del mundo conoce de Charlie Hebdo es, justamente, porque la revista ya había sufrido un atentado en 2011 (al que respondió con una hermosa portada en que un religioso musulmán se besaba en la boca con un dibujante) y recibía constantes amenazas de terroristas islámicos.
Y, vamos, puede ser que por eso mismo, también, se burlaran más de ellos.
Pero sus caricaturas de Jesucristo no son diferentes de las de Mahoma (de hecho, blogs y columnistas del nacionalismo católico español se sumaron a la campaña “Yo no soy Charlie” acusando a la revista de “cristofóbica”) y sus críticas a fundamentalistas judíos y cristianos son tan duras como las que les dedicaban a los musulmanes. O al papa, Bush, Hollande, Sarkozy, Le Pen, o inclusive De Gaulle.
Sí, se burlaban de todos.
Cardenales tocándose el culo y levantándose las faldas en una ronda durante el cónclave del Vaticano; el padre, el hijo y el Espíritu Santo haciendo un ménage a trois anal; un misil israelí disculpándose con un terrorista de Hamás que le dice: “Piedad, yo no soy un escolar indefenso”; Marine Le Pen disfrazada de Jeanne D’Arc, quemando a un inmigrante en la hoguera; el papa Benedicto XVI aconsejando en secreto a un cardenal pedófilo; María de piernas abiertas pariendo al niño Jesús; el papa Francisco con un hombre arrodillado y escondido bajo su sotana que le practica sexo oral; Sarkozy retratado como Frankenstein; una tapa sobre el Opus Dei en la que Jesucristo aparece en la cruz con dos valijas llenas de dinero.
Pero los justificadores insisten: ¡era una revista racista!
Una de las tapas que está circulando en internet para acusar a Charlie Hebdo de racismo muestra a la ministra de Justicia francesa, Christiane Taubira, que es negra, dibujada como una mona. Nada más racista que representar a un negro como si fuese un simio. Sin embargo, lo que no dicen quienes acusan a Charb (autor del dibujo) es que esa portada fue una respuesta a una publicación de ultraderecha que había usado términos racistas contra Taubira, tratándola de mona. O sea, al contrario de lo que parece, la caricatura ridiculizaba a los racistas y, en particular, atacaba al Frente Nacional, usando el título “Ressemblement bleu raciste” y el logo de ese partido (la frase fue convenientemente borrada de algunos posts que acusan a los dibujantes). La revista traía junto a la caricatura con una nota de Charb en apoyo a Taubira, “víctima de un ataque racista insoportable”. No por casualidad, la ministra fue una de las primeras a lamentar su muerte y la de sus colegas y elogiar el humor de Charlie.
Lo que algunos parecen no entender —como no lo entienden, en Argentina, algunos críticos de Barcelona que quizás no recuerden o no hayan conocido a la revista Humor— es que la respuesta al racismo, la xenofobia o la homofobia de una revista satírica es el humor, y es un humor bizarro, crudo, sin censura, a veces pornográfico o inclusive escatológico. Charlie Hebdo le responde al prejuicio ridiculizándolo, como ridiculiza al papa, a Mahoma, al niño Jesús o a los políticos. Basta ver sus tapas en defensa del matrimonio igualitario o contra las políticas antiinmigración para ver de qué lado está, pero nunca deja de hacer el mismo tipo de humor, le moleste a quien le moleste. Ya habíamos hablado en este blog, cuando un activista gay acusó a Serrat y Sabina de homofóbicos y machistas por unos chistes, sobre esa concepción autoritaria que, con el pretexto de la corrección política, pretende censurar el humor, el arte y otras formas de libre expresión, poniéndolas al mismo nivel que el discurso de odio.
(Dicho esto, seamos claros: si Charlie Hebdo fuese una publicación de derecha, o, inclusive, si fuese racista u homofóbica, nuestro repudio frente al atentado debería ser exactamente el mismo. El asesinato a sangre fría de doce seres humanos es injustificable. Sin peros. Resaltamos aquí la orientación política de la revista y su director sólo porque, irónicamente, parte de la izquierda hace malabares retóricos para justificar los atentados con un discurso ideológico torpe y mal informado, y por lo mismo criticamos los análisis superficiales de sus caricaturas. Pero para hablar del atentado, todo eso es irrelevante.
También es absurda la justificación que sostiene que los humoristas se la buscaron por ofender al profeta Mahoma en sus caricaturas. Muchos lectores y lectoras de este blog coincidirán conmigo en que los sucesivos papas, miles de curas, obispos y cardenales, así como ayatolás, rabinos, pastores evangélicos clin-caja, políticos y hasta periodistas han dicho y escrito barbaridades muchísimo más ofensivas, no con humor, sino con odio, prejuicio y desprecio contra gays, lesbianas, bisexuales y trans. Hemos hablado en este blog sobre ellos. Sin embargo, ninguno de nosotros entró al Vaticano, en Roma, o a la iglesia del pastor Malafaia, en Brasil, o a la embajada de Irán en algún país, o al despacho de la senadora Negre de Alonso o de la diputada Gabi Michetti, en Argentina, o ni siquiera a la redacción de Cabildo —pasquín nazi de porquería— con una ametralladora y matando a todo el mundo. Y si algún demente lo hiciera, este blog sería el primero en repudiarlo.)
Otro pero de estos días es “el contexto”. Junto a las acusaciones de islamofobia y racismo, otras justificaciones del atentado recorrían un camino que iba de Irak y Palestina a la redacción de la revista. Esos humoristas franceses y, por lo tanto, occidentales, están pagando las muertes de niños iraquíes y palestinos. Hay que entenderlo. Acción, reacción. ¿Vos de qué lado estás? Los Estados Unidos invaden un par de países árabes y, mágicamente, todo psicópata fundamentalista islámico pasa a ser protegido por algunas personas de izquierda, los ayatolás iraníes son revolucionarios, Saddam y Osama mártires y los jihadistas que mataron a doce personas en la redacción de una revista en París son pobres víctimas de las circunstancias.
Porque los enemigos de mis enemigos son mis amigos — mucha gente piensa.
Es lamentable, pero hay una incomprensible fascinación “progre” por el fundamentalismo islámico, sus grupos terroristas e inclusive sus dictadores. Escribí hace un tiempo sobre eso, hablando específicamente de Irán y las simpatías que su expresidente Mahmoud Ahmadineyad despertaba en algunos dirigentes políticos argentinos. Como decía entonces, una parte importante de la izquierda latinoamericana (sobre todo su versión chavista) admira al régimen autoritario, asesino, misógino, antisemita y homofóbico de los ayatolás. Varios presidentes y expresidentes de la región trataban a Ahmadineyad de “compañero” y se llevaban bárbaro con Assad y Khadafi, al que algunos aún reivindican, y distintas agrupaciones políticas hacen actos con representantes de la embajada iraní y viajan a Teherán para conocer las maravillas del gobierno “revolucionario” heredero de Khomeini — gobierno que cuelga a los homosexuales, condena a muerte a escritores, persigue a opositores, niega el Holocausto, pide que Israel sea “borrado del mapa” y apoya el terrorismo internacional.
Entonces, si un grupo de jóvenes musulmanes fanáticos, reclutados por Al-Qaeda, ISIS o quien sea, invade la redacción de una revista de humor en París y mata a doce personas, “no hay que justificarlos, pero hay que entender el contexto”. Al conocerse el atentado, la decana de la Facultad de Periodismo de la Universidad Nacional de La Plata, Florencia Saintout, tuiteó: “Los crímenes jamás tienen justificaciones pero si (sic) tienen contextos”. Y listo.
Imaginemos por un instante el mismo tuit una hora después del atentado a la AMIA.
Claro que todo hecho tiene un contexto, eso es una obviedad. Claro que el conflicto en Medio Oriente, sea en Irak o en Palestina, la islamofobia creciente en el mundo occidental después de los atentados del 11 de septiembre en Nueva York, los discursos xenófobos de la familia Le Pen y sus aliados en Francia o el conflicto por el uso del velo islámico, así como las políticas de austeridad, el desempleo, la marginalidad y las injusticias del capitalismo forman parte de un conjunto más amplio de factores que ayudaron a crear el caldo de cultivo para la radicalización de parte de la juventud musulmana europea y su simpatía con grupos terroristas o fundamentalistas. Pero eso solo no explica todo, la historia de la opresión contra esos pueblos es más larga y más vieja y, también, existen otros grupos étnicos oprimidos, otros sectores sociales marginados, otras víctimas de injusticias, otras personas discriminadas y excluídas de derechos fundamentales (si lo sabrán los lectores de este blog) que no entran con una ametralladora a la redacción de una revista de humor, aunque se ría de ellos. Y existen, también, millones de musulmanes que tampoco lo hacen (en ese sentido, ese discurso de victimización de los pobrecitos extremistas violentos también demuestra un prejuicio contra los musulmanes, al ponerlos a todos en la misma bolsa).
Contextos hay muchos, complejos y contradictorios. Y podemos, claro, analizarlos.
Pero lo que también tiene un contexto es el tuit de Saintout, y el contexto, a la hora en que tuiteó, eran doce muertos. Doce seres humanos asesinados a sangre fría por terroristas. Saintout podría haber repudiado el atentado y haberse solidarizado con las familias de las víctimas. Pero eligió hacer otra cosa: no-justificarlo-pero. Es una opción política no menor. Y es una lástima (cree el autor de este blog) que quien piensa así esté al frente de una facultad que debe formar a futuros periodistas.
Sin embargo, el premio al mejor no-justifico-pero nacional se lo lleva Atilio Borón por su columna del jueves en PáginaI12. Empieza diciendo que no justifica, check. Después de no justificar, siguiente párrafo, primera palabra, textual: “Pero”, check. Antes de empezar a justificar, después de decir que no lo haría, cita a un pensador judío, check, y no se olvida de aclarar, al nombrarlo, que es judío (el infaltable amigo judío), recontra check. Después: CIA, Estados Unidos, occidentales malos, más check. El islamismo radical es culpa de Occidente, bla bla bla, check. Y, para finalizar, Borón compara (así, de la nada) a los muertos en el atentado de París con los niños palestinos, lluvia de checks. La culpa, al final, es de los judíos. Check de previsibilidad.
Para el partido de la justificación, los muertos se pesan en una balanza que depende de la tarjeta de objetivos del TEG de quien decide si condenar o explicar el contexto. Lo importante no es la vida humana, sino “de qué lado estás”, visto de forma binaria y torpe. Los humoristas de Charlie Hebdoson daños colaterales de una guerra, en el mejor de los casos, o se la buscaron, en el peor.
También se dijo, entre quienes repudiaron el atentado sin no-justificarlo-pero, que la revista había sido irresponsable al publicar las caricaturas de Mahoma y otras que podrían ofender a los fundamentalistas islámicos, no porque estuviera mal publicarlas, sino porque era peligroso para ellos mismos. Que deberían haberlo evitado, porque sabían que podría haber consecuencias. Recuerdo que yo mismo lo pensé, cuando se produjo el primer ataque contra la redacción de la revista, en noviembre de 2011. Estaba muy equivocado.
Quien mejor explica por qué es Salman Rushdie.
El 14 de febrero de 1989, el escritor recibió una llamada de una periodista de la BBC de Londres que le informaba que había sido condenado a muerte por una “fetua” del ayatola Khomeini, porque su novela Los versos satánicos había sido considerada por el líder de la dictadura teocrática iraní como una ofensa contra el profeta Mahoma, el islam y el Corán. Durante más de nueve años, Rushdie tuvo que vivir en la clandestinidad, mudándose de casa en casa, viendo a sus hijos sólo cuando las condiciones de seguridad lo permitían, acompañado día y noche por custodios de la policía y los servicios de inteligencia del Reino Unido que dormían en su casa, asustado. Durante esos años en los que fue un blanco móvil que podía ser asesinado en cualquier momento —Khomeini había llamado a todos los musulmanes del mundo a matarlo donde lo encontraran e Irán le había puesto precio a su cabeza—, Rushdie usó un apodo construido con los nombres de dos de sus escritores favoritos: Joseph Anton (por Joseph Conrad y Anton Tchejov) y, con ese nombre como título, publicó en 2012 una novela apasionante, especie de autobiografía que cuenta toda esa historia, sin callarse ni los más escabrosos y escandalosos detalles.
Joseph Anton es el mejor libro para entender el atentado contra Charlie Hebdo. Y, también, para entender por qué no se puede ceder al chantaje de los fundamentalistas. La autocensura —sea de una novela o de una caricatura— sería la victoria de Khomeini y de quienes reclutaron a los jóvenes que invadieron la redacción de la revista francesa.
A lo largo todos esos terribles años en la vida de Rushdie, parte del mundo literario, de la política británica y europea en general, de los medios de comunicación y de la opinión pública culparon al escritor por su propia desgracia. ¿Por qué publicó ese libro que ofendía al Profeta? ¿Lo había hecho a propósito, para ganar publicidad? ¿Estaba al servicio de “los judíos”? ¿Por qué no podía pedir perdón a los musulmanes y acabar con eso? ¿Era justo que el estado británico gastara tanto dinero para proteger su vida por su capricho literario? Al final, era un irresponsable. Un orgulloso. Un egoísta. Un arrogante. Un mal tipo. Él mismo llegó a preguntarse si tenían razón. Su libro fue prohibido en muchos países, entre ellos la Índia, donde él había nacido y le prohibían volver, fue quemado en plazas, en manifestaciones donde colgaban del cuello a un muñeco con su figura, inclusive en capitales europeas y organizadas por clérigos musulmanes respetados por la comunidad; sus editores fueron amenazados, dos traductores sufrieron tentativas de homicidio y quedaron gravemente heridos; British Airways se negaba a admitirlo en sus vuelos por miedo a un atentado contra sus aviones, algunas editoriales temían publicar cualquier nuevo libro suyo y las librerías tenían miedo de venderlos — y mucha gente creía que era culpa suya. Mucha gente que, inclusive, no había leído el libro, como quienes participaban de protestas que reclamaban su muerte en países donde Los versos satánicos no había sido publicado. Los fundamentalistas decían que no era una novela, sino parte de una conspiración de Occidente contra el islam.
Y él jura que, cuando la escribió, jamás se inmaginó que alguien pudiese ofenderse. Era, apenas, una ficción, literatura.
Rushdie, que fue criado en la fe islámica, dice en Joseph Anton que “era el islam lo que había cambiado, no la gente como él; era el islam lo que había desarrollado fobia contra una amplia gama de ideas, comportamientos y cosas. En esos años y en los años siguientes, voces islámicas en distintas partes del mundo —Argelia, Pakistán, Afganistán— anatematizaban el teatro, el cine y la música, y los músicos y los actores eran mutilados y asesinados. El arte representativo era maligno, y por consiguiente las antiguas estatuas budistas de Bamiyán fueron destruidas por los talibanes. Los fundamentalistas islámicos agredieron a socialistas y sindicalistas, caricaturistas y periodistas, prostitutas y homosexuales, mujeres con falda y hombres sin barba, y también, por surrealista que pareciera, a malignidades tales como el pollo congelado y las samosas”.
Esas palabras suyas parecen responder a quienes dicen, como ahuyentando fantasmas: “Dejemos la religión afuera de todo esto”. Los terroristas que atacaron la redacción de Charlie Hebdo y los que querían matar a Rushdie son locos, asesinos, psicópatas, no importa cuál sea su religión, eso no tiene nada que ver. Tanto el islam como el cristianismo y el judaísmo bien entendidos son religiones que valorizan el amor y condenan la violencia.
Pero no es cierto, por muy políticamente incorrecto que sea decirlo. Del mismo modo que no sería verdad decir que la homofobia en el mundo occidental no tiene nada que ver con el cristianismo.
(Es algo que veo mucho en Brasil. Lo políticamente correcto, para un activista gay, es decir que la mayoría de los evangélicos no son homofóbicos, sino apenas un pequeño grupo extremista. Yo mismo debo haberlo dicho más de una vez. Pero cada día lo creo menos: entre los evangélicos neopentecostales, que son la rama del protestantismo que más crece en el país, los homofóbicos son mayoría, porque eso es lo que les enseñan sus pastores. Silas Malafaia, uno de más representativos e influyentes de esa corriente, usa la palabra gay más seguido que las palabras Dios o Jesús, y la principal obsesión de las iglesias-clin-caja, que cada día ganan más poder político y económico, es oponerse a cualquier tipo de reconocimiento de derechos para los homosexuales. No, no son una pequeña minoría. Claro que hay otras congregaciones evangélicas, inclusive las más tradicionales, que son inclusivas y se oponen al prejuicio. Pero cada día pierden más terreno para los pastores millonarios y antigay, que tienen un proyecto de poder y un ejército de fanáticos. Negarlo no ayudará a enfrentar el problema.)
Sí, hay otras lecturas del Corán, como las hay de la Biblia. Hay curas y pastores que no comparten las lecturas homofóbicas del Levítico, la carta de Pablo a los romanos o el mito de Sodoma y Gomorra, y hay inclusive iglesias protestantes que tienen pastores y obispos homosexuales y celebran matrimonios religiosos entre personas del mismo sexo. Hay curas católicos que no comparten la hipócrita doctrina de “moral sexual” de la Iglesia. Del mismo modo, hay millones de musulmanes en el mundo que no odian a los judíos ni quieren condenar a muerte a los gays o tratar a las mujeres como esclavas, que no comparten las acciones violentas del fundamentalismo islámico y que repudian crímenes como los cometidos esta semana en París o en septiembre de 2001 en Nueva York. Cualquier generalización sería prejuiciosa, peligrosa e injusta y cualquier uso de este tipo de tragedias para expulsar inmigrantes, perseguir a los musulmanes o tratarlos como sospechosos debe ser combatida, también, sin peros. Como pensaba Charb, el fascismo islámico y el fascismo islamofóbico son harina del mismo saco. Lo cual no significa que debamos esconder debajo de la alfombra los problemas, o mentirnos a nosotros mismos, como bien lo señalaba en su perfil de Facebook el pensador brasileño Wilson Gomes.
El libro de Rushdie ayuda a entenderlo. Quienes defendieron públicamente la fétua que lo condenaba a muerte no fueron una pequeña minoría dentro de la religión islámica, sino buena parte de sus líderes religiosos, no sólo en Medio Oriente sino también en Europa, y a las manifestaciones donde se reclamaba su muerte iban miles de personas. Una versión cada vez más fundamentalista, autoritaria, misógina, homofóbica, enferma de odio y violenta del islam se expande cada vez más por el mundo. Negarlo es engañarse, como lo sería no reconocer que la lectura fundamentalista (más fácil de inculcar, mediante los discursos simplistas de líderes religiosos, que otras más contextualizadas, razonadas y complejas, que requieren estudios de teología y tal vez algún conocimiento de hebreo bíblico y griego clásico) de diversos pasajes de los libros sagrados de las grandes religiones monoteístas —judaísmo, cristianismo e islam— han dado lugar a lo largo de la historia, y lo siguen dando en la actualidad, a la justificación de diversas formas de violencia, guerras, odio, opresión contra minorías, intolerancia, restricción de libertades, negación de derechos y prejuicio. Tanto el Corán como el Antiguo y el Nuevo Testamento tienen pasajes que pueden servir para justificar el amor o el odio, la paz o la guerra, la vida o la muerte (Ya que hablamos de libros, no olvidar aquí al Caín, de José Saramago, que denuncia a ese Dios psicópata serial killer que no es invento del Nobel portugués, sino que está en el Antiguo Testamento; y El evangelio según Jesucristo, en el que el hijo de Dios se revela contra su tiranía).
Quienes eligen el odio, la guerra y la muerte (convocados a ello por otros con intereses políticos y económicos, que usan la religión como forma de legitimarse) se sienten amparados y protegidos por ese ser supremo y todopoderoso que es dueño de la única verdad y está de su lado; que quiere (les ordena) que lo hagan y los recompensará por ello. En nombre de Dios se puede matar y morir sin remordimientos ni temor. Sin Dios, no habría atentados suicidas, ni guerras santas contra los pueblos de Satán, ni leyes divinas (y por lo tanto sagradas, incuestionables) contra los derechos de las mujeres, los homosexuales y otros grupos oprimidos en su nombre. Sin Dios, algunos dictadores deberían buscar otras formas más difíciles de mantenerse en el poder.
Como dice Richard Dawkins en otro libro brillante (El espejismo de Dios), “lo que es verdaderamente pernicioso es enseñar a los niños que la fe, por sí sola, es una virtud. La fe es un mal exactamente porque no exige justificación y no tolera ninguna argumentación. Enseñar a los niños que la fe sin cuestionamientos es una virtud los predispone —dados algunos otros ingredientes que no es difícil que aparezcan— a transformarse en armas potencialmente letales para jihads o cruzadas futuras. Inmunizado contra el miedo por la promesa del paraíso de los mártires, el fiel auténtico merece un lugar de destaque en la historia de los armamentos, junto con el arco, el caballo, el tanque y la bomba de fragmentación. Si se les enseñara a los niños a cuestionar y pensar sobre sus creencias, en vez de enseñárseles la gran virtud que es la fe sin cuestionamientos, podríamos apostar, con buenas chances de ganar, que no habría hombres-bomba. Los hombres-bomba hacen lo que hacen porque realmente creen lo que les enseñaron en las escuelas religiosas: que su deber con Dios supera a todas las otras prioridades, y que el martirio a su servicio será recompensado en los jardines del paraíso. Y ellos aprendieron esa lección no necesariamente con extremistas fanáticos, sino con instructores religiosos decentes, gentiles, normales, que los colocaron en fila en sus madrazas, bajando y levantando rítmicamente la cabecita mientras aprendían cada palabra del libro sagrado como papagayos locos. La fe puede ser peligrosísima, e implantarla deliberadamente en la cabeza de un niño inocente es algo gravemente equivocado”.
Si no quieren ser metidos en la misma bolsa, caberá a los líderes religiosos —sean católicos, protestantes, judíos, musulmanes u otros— que se consideran a sí mismos pacifistas y partidarios de la libertad, la democracia y los derechos humanos hacer lo que tengan que hacer para ayudar a rescatar a sus religiones y comunidades de las epidemias de odio e intolerancia (inclusive contra otras religiones), machismo, misoginia, racismo, homofobia, transfobia, xenofobia, totalitarismo y, en general, fundamentalismo de las que están, hoy, gravemente infestadas, y de las cuales los crímenes de París son una expresión brutal y escalofriante, pero no la única. Podrían comenzar por condenar de forma explícita, sin peros corporativos, todas esas formas de violencia y opresión ejercidas en nombre de Dios. Algo que, seamos sinceros, sólo una minoría hace cuando hace falta — no en este caso y en esa religión, sino de modo general.
Habrá mucho más que hacer, pero sería un buen primer paso.
Fuente: Blog de Bruno Bimbi Twitter: @bbimbi / Facebook: Bruno Bimbi. Periodista.
Foto: Brendan Smialowski-AFP
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