domingo, 16 de septiembre de 2007

El poder desnudo

Por Norma Morandini
El número se humaniza en la medida en que se reconozca y respete la dignidad del que lleva un voto a la urna en ejercicio de su poder soberano.
La sabiduría popular jurídica dice que las constituciones son los chalecos de fuerza que se ponen encima las sociedades en tiempos de sensatez para evitar suicidarse cuando llegan los momentos de locura. Una verdad anónima que se aplica a la Córdoba avergonzada de hoy.
Efectivamente si no se deposita en la ley la decisión de dirimir lo que aparece sólo como una contienda electoral se atenta no ya contra los resultados de una elección, sino sobre la confianza en el sistema democrático. Sucede que sobre la Ley Electoral se impone la Constitución nacional, cuyo principio rector es la soberanía popular, tal como lo establece el artículo 33: “Las declaraciones, derechos y garantías que enumera la Constitución no serán entendidos como negación de otros derechos y garantías no enumerados, pero que nacen del principio de la soberanía del pueblo y de la forma republicana de gobierno”.
De modo que el principio base, fundante de nuestro ordenamiento jurídico es el que pone por encima de cualquier otra normativa la soberanía popular, ese pueblo que “no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes y autoridades creadas por esta Constitución”, tal como reza el artículo 22 de una Constitución que ya desde el preámbulo consagra ese principio rector de “nosotros los representantes del pueblo de la Nación Argentina.”
En ese sentido, un grupo de diputados nacionales acompañamos el proyecto del diputado Pinedo para solicitar a la Justicia Electoral de Córdoba que en atención a ese principio básico no se imponga ninguna otra norma que impida el recuento de los votos urna por urna. Esas urnas en las que está ya no la soberanía del pueblo, reducida a cifras, sino el corazón mismo del sistema democrático. Un sistema que en nuestro país se mira con desconfianza aun por aquellos que deben garantizar los derechos consagrados constitucionalmente.
De los teóricos de la democracia, nadie lo dice mejor, no sólo por su lucidez de intelectual sino por su compromiso concreto con la vida política, que la filósofa brasileña, fundadora del Partido de los Trabajadores, Marilena Chaui: “La democracia es una forma política en la que la distinción entre el poder y el gobernante es garantizada no sólo por las leyes y la división de varias esferas de autoridad, sino también por la existencia de elecciones que, contrariamente a lo que afirma la ciencia política, no significan una mera alternancia del poder, sino que muestran que el poder esta siempre vacío, y quien lo tiene es la sociedad y que el gobernante apenas lo ocupa del mandato temporario que recibe”.
Es el voto del ciudadano el que como elector-soberano, cada cuatro años, le presta al gobernante un poder que por definición está siempre vacío. No se me escapa que puesto en estos términos, nada está más alejada de la democracia que la sociedad argentina. Pero ¿podría ser de otra manera, cuando a la vuelta de la esquina histórica está un poder autoritario, ocupado en base al terror y con una sociedad maniatada, sin poder de elección y por eso sin soberanía? ¿No será que llegó la hora de basar la convivencia en valores universales?
De modo que comenzar a definir el deber ser, en base a los que son nuestros principios fundantes, no debe ser sólo una cuestión jurídica, sino también una forma de volver a empezar para finalmente encarnar como una cultura de la convivencia esa soberanía de origen.
Y en nuestro auxilio aparece la concepción de las democracias modernas basadas en los derechos humanos que afirma que los hombres tienen derechos sólo por ser hombres, y que los mismos hombres deben instituir leyes para garantizar esos derechos.
Por eso, la democracia no es una cuestión de cifras o porcentajes, el número se humaniza en la medida en que se reconozca y respete la dignidad del que lleva un voto a la urna en ejercicio de su poder soberano. Si no, me temo que lejos de llenar un poder vacío lo que se desenmascara es la naturaleza del poder, que en Córdoba, por ahora, está desnudo.

Norma Morandini es periodista y Diputada Nacional por el Frente Nuevo

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